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Opinión: La importancia de unos cuantos ceros

Por: Javier Mejía Cubillos

Twitter: @javiermejiac

En días recientes, el gobierno colombiano ha propuesto un proyecto de ley que pretende eliminar 3 ceros a la moneda nacional. Es decir, un bien que valiese COP 50.000 (algo así como USD 26) en la actualidad, pasaría a valer COP 50. La pregunta inevitable ha sido qué tan conveniente es ello. Algo de historia quizá de algunas luces al respecto.

Para empezar, vale mencionar que las políticas consistentes en transformar la escala de la denominación de las monedas han sido bastante frecuentes en el mundo. Sin embargo, también debe decirse que cada vez lo son menos. Puesto que la mayor razón para realizar una política de dichas características es compensar el efecto de inflaciones galopantes, en la medida en la que el mundo ha ido erradicando la inflación, lo mismo ha pasado con dichas medidas.

No obstante, como mencioné, en determinados períodos esta medida no era más que inevitable. Iniciaré por el caso más conocido. Durante los años de la República Weimar, Alemania evidenció un aumento de precios asombrosos. El dinero perdió su valor a una velocidad absurda. Mientras un Goldmark, la moneda respaldada en oro del Imperio Alemán entre 1873 y 1914, equivalía a 0,35842 gramos de oro en 1913 y a un Reichsmark (la moneda alemana entre 1924 y 1948), en 1924 se habrían necesitado 1.000.000.000.000 Goldmarks para comprar un Reichsmark. Por más asombroso que parezca esto, sobre todo cuando se acompaña de imágenes y anécdotas en las que se señala cómo era necesario cajas enteras de billetes para realizar las compras cotidianas, han existido experiencias que la han superado.

El proceso hiperinflacionario más extremo en la historia reciente ha sido el de la Hungría de la posguerra. Para Julio de 1946, la tasa mensual de aumento de los precios fue de 41.900.000.000.000.000%. En términos prácticos, esto implicaba que los precios se duplicaban cada 15,3 horas.

Algo menos sorprendente, pero un poco más cercano, fueron las hiperinflaciones de finales de los 80s en Latinoamérica. En los picos de la hiperinflación, en Argentina la tasa de inflación mensual fue de 197%, en Bolivia, 183% y en Brasil, 82,4%.

Aunque de forma espontánea han de surgir monedas más estables (cigarrillos, licores, oro, etc.), que eventualmente remplazarán las monedas estatales, procesos inflacionarios de esas características son, obviamente, indeseables. Sus consecuencias son dramáticas. Más allá de los efectos distributivos (algunas personas están en mejor capacidad de protegerse al aumento de precios), la incertidumbre que generan pueden llegar a colapsar el mercado capitales y, a través de él, la economía real.

En dichos contextos, una moneda con una menor escala de denominación resulta más que razonable. Las transacciones se simplifican, la percepción subjetiva de valor del dinero aumenta y en esa medida su demanda y capacidad para ser usada como divisa reserva. Todos estos efectos parecerían tener mayor impacto en agentes no familiarizados con la economía local y en montos de transacción altos, lo cual sugeriría un efecto especialmente importante en el comercio internacional y los flujos de capital de gran escala.

Puede observarse que dicho razonamiento es válido también para economías con inflación controlada pero con monedas en escala denominativa alta, como la colombiana. Hacer cálculos de negocios en miles de millones de pesos colombianos no es sencillo, incluso los colombianos lo encontramos difícil. En esa medida, una reforma que solucione el asunto y que pueda hacerse sin mayores costos será beneficiosa.

Debe recordarse que el valor del dinero fiduciario radica en la confianza, lo cual no es más que un fenómeno psicológico; y tal como toda la literatura psicoanalítica señala, las sutilezas contextuales y los símbolos son la base de la psiquis humana.

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