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Opinión: En defensa del PIB

Por: Javier Mejía Cubillos

Twitter: @javiermejiac

 

Hace pocas semanas salió a la luz pública el Índice de Riqueza Inclusiva (Inclusive Wealth Index – IWI), el cual habría de representar la riqueza de las naciones, incorporando aspectos como el capital ambiental. Este índice, elaborado en conjunto por varias instituciones adscritas a las Naciones Unidas, resultó todo un boom mediático. Los medios de comunicación ambientalistas y los usuarios de redes sociales no escatimaron elogios para él. Entre las aclamaciones que recibió el IWI fue especialmente recurrente cómo se esperaba que entrase a solucionar las deficiencias del Producto Interno Bruto (PIB).

Más allá de la euforia mediática, el IWI es apenas el más reciente componente de un longevo conjunto de críticas al PIB. Tan longevo es, que dichas críticas surgieron antes de que el mismo PIB existiera como tal. Permítame aclarar el asunto.

El PIB, tal como se conoce en la actualidad, es una invención de la primera mitad del siglo XX. Durante la Segunda Guerra Mundial, los trabajos de Simon Kuznets para EEUU y los de Richard Stone y James Meade para el Reino Unido (todos tres ganadores del premio Nobel de Economía) permitieron su rápida difusión en todo el mundo. No obstante, los orígenes del concepto se pueden rastrear, por lo menos, hasta William Petty y las discusiones sobre la riqueza social entre los mercantilistas. Petty produciría, en 1655, una de las primeras estimaciones del ingreso nacional para Inglaterra.

Desde los primeros trabajos de Petty ha sido cuestionado duramente la propuesta de medir el dinamismo económico a través de la suma de los ingresos de la población (es decir, el PIB). Los cuestionamientos no han parado desde entonces, entre los críticos modernos del PIB están algunos de los economistas más prestigiosos del siglo XX -Hicks (1948), Galbraith (1958), Samuelson (1961), Mishan (1967), Nordhaus y Tobin (1972), Sen (1976), Hartwick (1990), Tinbergen y Hueting (1992), Arrow (1995), Dasgupta (2001) y el mismo Kuznets (1941)-.

Las principales críticas al PIB se han concentrado en sus imprecisiones contables (cierto tipo de producción se escapa a la medición); su inconsistencia intertemporal (la comparación del PIB a lo largo del tiempo ignora variaciones de la calidad de la producción); su incapacidad para reflejar la felicidad y el bienestar como conceptos generales (dichas sensaciones incluyen otros aspectos además del ingreso); su desconocimiento de cuestiones distributivas (el PIB per cápita no es más que un valor promedio) y, finalmente, su deficiencia  para incorporar el impacto generado por la actividad económica en el medio ambiente (todo costo que no tenga valor de mercado, tal como el medio ambiente, no es tenido en cuenta en el cálculo del PIB).

Pero si sus deficiencias son tantas y tan importantes ¿por qué no es reemplazado de una vez por todas? Entre Índices de Desarrollo Humano, PIB verdes, IWIs y Felicidades Nacionales Brutas (por mencionar solo algunos) habría de lograrse recolectar una mejor información ¿Acaso no fueron diseñados estos instrumentos con ese propósito?

Mi respuesta al respecto es que el papel del PIB ha sido sobreestimado, se le han adjudicado propiedades descriptivas que no le corresponde. Siendo así, la mayor parte de las críticas que lo aquejan son impertinentes.

Para empezar, el PIB surgió como método para definir el nivel de actividad económica de un país. Ni en la obra de Petty, ni en la de los teóricos del PIB del siglo XX, se pensó al indicador como una medida completa del bienestar humano.

Todos podemos estar de acuerdo con que el placer humano radica en infinidad de aspectos, pero si lo que nos interesa es el concepto por el que entendemos riqueza económica, debemos buscar en el mundo material. El PIB pretende capturar eso, la idea de riqueza social clásica (smithiana si se quiere). Dicha idea puede interpretarse, más precisamente, como el bienestar material agregado de la población, es decir, la suma del valor de mercado de los bienes y servicios producidos en la sociedad. Debe entenderse que el concepto occidental de riqueza es ese, un concepto mercantil.

En nuestra sociedad, alguien que se pasee en un Ferrari último modelo, use ropa de diseñador y sea el presidente de una gran compañía es considerado una persona rica, por más que llegue a vivir en una ciudad contaminada y carezca de afecto y tiempo libre. De forma similar, quien se pasea harapientamente y descalzo por las calles en busca de trabajo es considerado una persona pobre, así disfrute de una familia adorable y viva en una vereda repleta de biodiversidad. La diferencia entre uno y otro está en sus ingresos mensuales (o en el valor de mercado de sus bienes, viéndolo desde otra perspectiva).

De tal manera, resulta útil, tanto en términos teóricos como prácticos, el tener una herramienta que permita distinguir entre una sociedad que se parezca al sujeto 1 y una que se parezca al sujeto 2; así hayan infinidad de criterios más por los que puedan compararse. En consecuencia, de la misma forma como la temperatura nos habla de las nociones comunes de caliente y frío, y no de otras propiedades del entorno natural; el PIB nos hace referencia a las nociones comunes de rico y pobre, y no de otros aspectos del bienestar humano.

Los recientes indicadores alternativos sobre bienestar son importantes, reportan información valiosa sobre la economía, pero en ningún momento suplen la información ofrecida por el PIB. Por ejemplo, de no ser consecuentes con el PIB, sino con el IWI, deberíamos esperar que la ayuda humanitaria fuera de países como Kenia y Ecuador a otros como Japón o Reino Unido, mientras que los flujos migratorios lo hicieran en sentido contrario.

En conclusión, aunque existen críticas valederas al PIB, ellas han de limitarse al señalamiento de sus debilidades para precisar la riqueza mercantil de la sociedad. En otras palabras, un indicador no se puede criticar por medir únicamente lo que ha sido diseñado para medir, pero sí por no hacerlo de forma correcta.

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