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Opinión: Sobre TLCs, trinos y falacias

Por: Javier Mejía Cubillos

Twitter: @javiermejiac

Jorge Robledo, un senador que parecería rechazar todos y cada uno de los proyectos del gobierno nacional de turno (y recientemente los de algunos gobiernos locales), es el principal promotor de las ideas falaces sobre el libre comercio en Colombia. En su cuenta de Twitter, como parte de una seguidilla de trinos en los que estaría demostrando las trágicas consecuencias de la entrada en vigencia del TLC con EEUU, el 15 de mayo de este año decía lo siguiente:

“Miente el que diga que a Perú le ha ido bien en el TLC con EU. Entre 2007 y 2011, su balanza comercial con EU pasó de US$1.152 a –2.083”.

Este trino resulta interesante porque ejemplifica uno de los sofismas más utilizados en la defensa del proteccionismo. Dicho sofisma, en términos generales, consiste en considerar que el comercio solo resulta provechoso si se aumentan las exportaciones, y que al hacerse negativa la balanza comercial, el exterior se estaría enriqueciéndose a costa nuestra. Evaluemos con detenimiento la cuestión.

Primero que todo, el intercambio comercial, desde sus orígenes como trueque, ha tenido como objetivo principal acceder a bienes que la sociedad domésticamente no puede producir tan barato como el exterior. Comprar productos locales, seguramente, ha de tener unos méritos morales remarcables, pero consumir productos baratos (de donde sea que provengan) representa una parte importante del bienestar de la sociedad. Inhabilitar a los consumidores para que puedan adquirir productos más baratos del exterior no es otra cosa que sacrificar el bienestar de toda la sociedad por los beneficios de gremios particulares.

En segundo lugar, el deseo de fomentar las exportaciones, importando lo menos posible, es un mero fetichismo mercantilista. Un proceso de dichas características, tal como David Hume demostró a mediados del siglo XVIII, solo generaría presiones revaluacionistas, haciendo cada vez menos rentable exportar, o exigiendo intervenciones frecuentes en el mercado cambiario, con todas las consecuencias y riesgos que ello implica.

Un tercer aspecto a considerar es que afirmar que un país perdió al hacerse su balanza comercial negativa, es explotar el temor infundado de que grandes economías pueden inundar de sus productos a otras más pequeñas. El error de dicha afirmación está en comprender cómo las importaciones no pueden incrementarse esporádicamente sin que haya, a su vez, un aumento de las exportaciones, de la entrada de capitales o una reducción de las reservas. Esto es consecuencia de que la balanza de pagos global siempre sea, por una identidad contable, cero. El asunto puede entenderse de la siguiente manera: para comprar productos extranjeros se necesitan divisas (i.e. dólares), puesto que las divisas no se producen localmente, es necesario gastar las que se han acumulado con el tiempo (reservas), recibir más de la venta de nuevos productos al extranjero (importaciones) o recibiéndolas prestadas de esos mismos extranjeros (entrada de capitales). Así, un aumento significativo de las importaciones exige la llegada previa o simultanea de recursos del extranjero al país.

En definitiva, aunque es claro que las liberalizaciones comerciales traen ciertas pérdidas, distribuidas de forma no homogénea dentro de la sociedad, decir que la economía colombiana se derrumbará debido a algún acuerdo comercial es una afirmación alarmista. Las críticas al libre comercio están repletas de falacias, resultado de desconocer el funcionamiento de la economía como sistema y como juego de suma no cero.

Para terminar, valdría la pena preguntarse qué hace que estas ideas falaces sobre el libre comercio sean tan populares (el comentario del senador Robledo fue retwitteado por lo menos 24 veces). A mi parecer, la respuesta es bastante sencilla, ya que más allá de los sentimientos nacionalistas, detrás del rechazo al libre comercio está la presión de los sectores productivos perdedores y de los políticos que pueden usufructuar el apoyo de dichos sectores, como el señor Robledo; quienes recurriendo a discursos nacionalistas y populares, presentan el bienestar privado como bienestar público.

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