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Opinión: La educación no es la clave del progreso económico

Por: Javier Mejía Cubillos

Twitter: @javiermejiac

Que la educación es la única clave del progreso económico es, quizá, la mentira más ampliamente aceptada en el mundo moderno. Dicha mentira no solo es defendida por grupos particulares que se benefician de mayor gasto público en educación (me refiero a profesores, estudiantes, empresas editoriales etc.) y por políticos, que por defecto suelen respaldar cosas que agraden a cualquier grupo de interés; sino que es, además,  increíblemente popular entre las grandes masas.

Un argumento al que regularmente recurren los defensores de la educación, es que los países más ricos tienen niveles educativos más altos, asunto que no es más que una coincidencia temporal de fenómenos, no la evidencia de una relación causal. De hecho, aunque mucho menos popular, resulta completamente razonable pensar que las naciones más ricas pueden invertir más recursos en educación, simplemente, por ser más ricas; al igual que las familias más ricas pueden pagarle clases de ballet a sus hijas, y no por ello, alguien se atrevería a afirmar que las clases de ballet de las niñas hacen más ricas a sus familias.

Es tan cierto esto, que la evidencia empírica internacional no es concluyente en cuanto a cuán capaz es la educación para generar riqueza social. Incluso aquellos trabajos que consideran que el capital humano ha jugado un rol importante en el crecimiento económico, encuentran necesario matizar sus resultados en periodos históricos, áreas y niveles de educación específicos; con lo cual resulta equivocado afirmar que la educación por sí misma y en todos los casos, sea motor de crecimiento económico.

Un ejemplo histórico quizá ilustre bien el punto. Hasta la llegada de la Revolución Industrial, la economía mundial se encontraba (exagerando un poco) completamente estancada; es decir, ningún país crecía en términos per cápita. Hasta entonces, los niveles de educación en Europa, corazón de la Revolución Industrial, se mantenían bastante bajos; la educación era un privilegio de la nobleza y los ricos comerciantes. Luego de iniciada la Revolución Industrial, las economías empezaron a crecer, mientras que los niveles de educación se mantuvieron más o menos inalterados; no fue sino hasta finales del siglo XIX cuando en Europa (ya rica) se generalizó la provisión estatal de educación primaria y los niveles educativos empezaron a dispararse. En otras palabras, no fue la masificación de la educación lo que generó el despegue económico europeo, fue la creciente riqueza de la sociedad (junto a otros factores) la que posibilitó la masificación de la educación.

No se me malinterprete, la educación es importante; tal como la inversión en capital físico (carreteras, puertos, represas etc.), la inversión en capital humano hace que la sociedad pueda producir más, es decir, pueda ser más rica. Decir que la educación es buena para el crecimiento económico no es más que una tautología. Sin embargo, la cuestión radica en comprender que no es un curso de acción de excepcional efectividad, y más bien, en preguntarse cuán importante realmente es, y bajo qué condiciones lo es.

Siendo así, los defensores de la educación no deberían basar sus peticiones en una afirmación sin sustento, tal como lo es que la educación es la única cosa que puede traer prosperidad económica, sino en la demostración de que es la educación la mejor alternativa posible para invertir los recursos de la sociedad. El reto será, entonces, argumentar por qué sería mejor abrir una decena de cupos universitarios y no construir un kilómetro de carreteras.

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