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Sobre el potencial de la Minería

Por: Javier Mejía Cubillos

Twitter: @javiermejiac

La capacidad de la minería para generar progreso económico es la protagonista de una discusión de la más alta importancia. Más allá de que la opinión pública y los intereses corporativos sean cada vez más partícipes de ese tipo de controversias, y que el asunto se esté enfocando en la problemática ambiental; el proyecto del nuevo código minero hace que en el país la cuestión se adueñe recientemente de los círculos especializados. Ciertamente, estamos frente a una polémica complicada, pero observarla desde un marco temporal de largo plazo y recordar que no estamos ante una novedad, reportará algunas consideraciones valiosas.

Primero que todo, las discusiones alrededor de la industria minera como motor de crecimiento económico no son inéditas en Colombia. Es posible identificar, al menos desde el siglo XIX, la presencia de dicha temática en los debates de los intelectuales nacionales. Esto es apenas natural, ya que aunque pocos sean conscientes, Colombia ha sido, en distintos períodos de su historia, una verdadera potencia minera. Por ejemplo, aun cuando el sector se vio profundamente afectado por los conflictos independentistas, según datos de Donald Reagan, entre 1800 y 1830, Colombia producía cerca del 25% del oro del planeta, siendo el mayor productor mundial, perdiendo apenas su lugar luego los auges mineros de Rusia, el Oeste norteamericano y Australia. Ni durante, ni después de aquel apogeo minero es posible identificar dramáticos cambios en las condiciones de vida promedio en el país.

En segundo lugar, dicho interés intelectual por la minería regresa cada tanto, siempre con un característico tono apocalíptico. Hace solo un par de años, los encuentros de economistas y los titulares de prensa estaban dominados por los temores a una inevitable y catastrófica enfermedad holandesa, implícita en el venidero boom minero-energético. Efectivamente, el auge minero energético llegó y la revaluación del peso ha caracterizado el escenario cambiario de los últimos años, pero es perfectamente identificable que la mayor parte de dicha tendencia en la tasa de cambio ha sido causa de la debilidad internacional del dólar, y no del aumento en las exportaciones de recursos naturales. De hecho, las tasas de crecimiento del sector no transable han resultado bastante cercanas a las del sector transable, incluyendo minería y petróleo, estando, incluso por encima, al excluir dichos rubros. Por no hablar de cómo el crecimiento del PIB industrial se encuentra en niveles récord. Evidentemente, los temores de un proceso de desindustrialización consecuencia del boom energético-minero resultaron ser infundados.

Por tanto, ni en la primera parte del siglo XIX, ni ahora, la minería hizo a la economía colombiana un caso atípico en el contexto mundial, Colombia se ha mantenido como un país de ingresos medios desde entonces, tanto en los períodos de auge como de depresión minera. Esto parece ser un elemento común en la evidencia internacional. Por ejemplo, los principales 12 productores mundiales de oro entre 1800 y 1980 fueron: Estados Unidos, Rusia, Australia, Sudáfrica, Canadá, Colombia, Brasil, Chile, Nueva Zelanda, México, Austria-Hungría y China, ninguno de los cuales, quizá exceptuando a Sudáfrica, tuvo un desempeño económico excepcional con relación al de sus regiones (al menos no atribuibles a su sector minero).

En definitiva, aunque la actividad minera compromete infinidad de intereses particulares, hay razones para pensar que se está sobredimensionando la importancia del nuevo código minero al presentarlo como una decisión crucial para nuestro destino como economía.

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